Época: Reinado Isabel II
Inicio: Año 1833
Fin: Año 1868

Antecedente:
Industria

(C) Germán Rueda



Comentario

La siderurgia moderna comienza en 1832 en Marbella (Málaga) con el primer alto horno. Allí, Manuel Heredia fue el promotor de la sociedad de La Constancia. Más tarde, Joan Giró -un catalán vecino de Málaga- estableció nuevos altos hornos en Marbella. Pero la producción en hornos de carbón vegetal resultaba mucho más cara que la obtenida por medio de carbón de coque: en 1855 la tonelada de hierro colado tenía un precio de coste de 632 reales en Málaga y 348 reales en Asturias.
En Andalucía se montaron también algunos altos hornos en Huelva y Sevilla, que fracasaron. En 1857, se fundó la factoría sevillana Portillo Hermanos & White dedicada a fabricar máquinas de vapor, sin excesivo éxito, pues sólo entregó 47 máquinas entre 1860 y 1867.

En Cataluña se desarrolló El Vapor de los hermanos Bonaplata (1832-35) y la Maquinista Terrestre y Marítima.

En Mieres, donde se había fundado un Alto Horno en 1848, se creó la Sociedad Duro y Cía. en La Felguera en 1857. Estas siderurgias utilizaban coque y es la razón por la que la industria asturiana (que contaba con el carbón a pie de fábrica) tomó la delantera en los años sesenta del siglo XIX, desplazando a Andalucía y Cataluña.

En Vizcaya se había instalado en 1849 un Alto Horno de carbón vegetal en Bolueta (Epalza y Compañía). A partir de 1860, la compañía Ybarra impulsó la instalación de Altos Hornos en Baracaldo que, desde 1865, introdujo el coque.

En 1866, según los datos de la encuesta gubernativa, había 27 altos hornos de carbón vegetal y ocho de coque. Pero la demanda de hierro crecía mucho más rápido que la producción nacional, por lo que se importaba parte de las necesidades.

En buena parte el problema de la siderurgia española en este periodo estuvo, como ha señalado J. Nadal, en la mala localización inicial y en la carencia de inversiones, lo que produjo escasos beneficios o pérdidas acumuladas. El resultado fue un retraso evidente de nuestra siderurgia con respecto a la de los países europeos más desarrollados.

Como en el resto del mundo occidental durante el siglo XIX, el sector textil es el más importante y característico de la industria española de bienes de consumo. Protegidos de la competencia inglesa por los aranceles y la eficaz represión del contrabando, los fabricantes españoles abastecieron mayoritariamente el mercado interior y colonial. Desde los años treinta a los cincuenta, la industria algodonera española pasó de abastecer el 20% al 75% de la demanda interna. Esto, como ha insistido Tortella, explica el crecimiento. En efecto, el tejido que más se desarrolla es el algodón, sobre todo en los alrededores de Barcelona, donde las fábricas de los empresarios catalanes Bonaplata, Fabra, Güell, Muntadas y otros introducen los procedimientos modernos de fabricación. Así aparece el telar mecánico en 1830 y el vapor en 1832. El mercado nacional es dominado, sin grandes competencias, por la industria algodonera catalana.

El momento de mayor expansión comenzó en 1840, cuando se empiezan a construir nuevas fábricas agrupadas. En 1847 existían 4.583 fábricas textil-algodoneras con 97.346 obreros. En 1860 se había operado ya el fenómeno de la concentración: el número de fábricas era de 3.600 con mayor número de obreros: 125.000.

Esta expansión se confirmó a lo largo de todos estos años, salvo el breve descenso de importaciones motivado por la Guerra de Secesión en USA. Entre 1834 y 1860, la tasa media de crecimiento anual fue del ocho por ciento, lo que se tradujo en importantes ganancias para fabricantes y promotores, frente a los escasos beneficios de la industria siderúrgica. La textil algodonera barcelonesa, bien implantada desde el siglo XVIII y con la suficiente inversión, prácticamente no tuvo competencia en el resto de España que, junto a los restos coloniales, constituyó un mercado protegido. Como mostraron las cuentas de resultados fue suficiente para enriquecer a los accionistas con beneficios que, por término medio, superaron el 10% anual.

La industria lanera creció en las décadas centrales del siglo XIX, aunque menos que la algodonera. Para hacer frente a la competencia del algodón, con el que compartía los beneficios del proteccionismo, se especializó, se mecanizó y se concentró fabril y localmente. La industria lanera moderna se concentró en localidades cercanas a Barcelona (Sabadell y Tarrasa). Algunos viejos centros laneros como Segovia, Guadalajara y Ávila, que se beneficiaban de la cercanía de la materia prima (lana merina), casi desaparecieron. Otros subsistieron especializados aunque en decadencia. Así, Béjar se especializó en capotes militares, Palencia en mantas, Antequera en bayetas y Alcoy en lanillas.

Un proceso muy parecido se puede observar en la industria sedera. El declive de la industria tradicional de Levante y Granada impulsó el nacimiento de nuevas fábricas en Barcelona que se convirtió en el principal centro sedero y, a su vez, atrajo a un buen número de trabajadores levantinos y andaluces.